13 oct 2015

Puntos Finales.

Ella fue testigo de cientas de lluvias. Lluvias que sólo aquél niño histórico, llevando mi nombre, en sus rituales, generaba a partir de luces que escapaban. Vio mil veces como esa luz quería ser sostenida, pero alguna fuerza se la arrebataba. Inquieta, consolaba con sumiso placer los rencores y los deseos, fotografiaba relámpagos con su tinta. Yo la empuñaba como a una espada, y sin tregua desaparecía espacios vacíos. Los renglones les temían. Tinta o Sangre, quedaban en cuadrículas los sueños que más se buscaban. Más histeria. ¿Qué hace un deseo entre papeles? No es justo que la tinta sea un desahogo. Ella lo sabía. Quería ser una varita mágica, un rito satánico, una plegaria, un rezo, una súplica obediente. Ella quería ordenarle a Dios como intermediario de versos negros, como la brea que se hace pasar por telegramas al cielo. ¿Cuál es la diferencia entre la tinta y el paraíso entonces? Que se la digan, que le expliquen, que le muestren lo lejos que está... pero que entienda ella cómo llegar. Las instrucciones para llegar a las sonrisas satisfechas. 

Hombre enamorado, tinta celosa. Tinta que siente pero tinta. Tinta augurios, tinta el quiebre de tautologías. Tinta y lágrimas. Satisfacción tan tinta. Niño enamorado, tinta celosa. Tanta rabia, furia, esquelética aceptación de que el niño simplemente no quiere aprender a vivir a base de tinta, prefiere cualquier otro suplicio. Ella nunca logra consolarme. Tinta, tortura, trofeo, tiranos, tristezas tangibles. Hay cosas infinitas, como el sufrimiento o la voluntad de cambiar la lujuria... pero la tinta; la tinta muere mañana, para llegar al paraíso.

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