31 jul 2016

La virgen a su extremo superior izquierdo.


Tengo miedo porque el nido del gorrión lleva horas sin ser concurrido.
Tengo miedo del atardecer por la paz que genera, por el aura de la noche.
Siento miedo, mucho miedo, del escape agresivo de ideas; por facultades negras.
Siento miedo de la madera, de la grieta, del pensamiento.

El pensamiento se queda cuando lo ignoran, cuando es ignorado el océano.
El azul oscuro y su azúcar, y el aroma a café de la mañana por venir.
El azul oscuro donde descansa el apagón masivo del organismo…
Un apagón eterno, un gorrión abducido por el fenecer del mismo crepúsculo.

Diñar como inminencia de lo que no pudo representarse divino en el agua,
desvivir el aire, comer palomas imaginarias, marearse del suelo.
Un final eterno corta el café y  aún respiro el azul negruzco de la sierra.
Imagino luz, una luz tan fuerte que casi siento calor… y lo siento en los párpados.

Y los párpados no necesitan sentirse cerrados, son cerrados por la calma y la tibia.
Y respirar es engullir agujas y espinas, observar es arrancarse la vista, sentir es volver,
levantarse es un insulto, y pensar es un suicidio. Raspan en la garganta el tiempo vigilante,
el humo de la luna inmolada.

Siento miedo de la culpa, de una presión en la espalda. 
La muerte es, pero la vida puede no ser en sí misma.
Cuando se decide un escape agresivo de ideas; por facultades negras.
Siento miedo del pensamiento, del amanecer, de su ridícula forma de brindarle esperanza
a quien busca su hogar en otro lado.