25 ago 2012

Horizonte al mediodía.

Y la gente pensó muchas cosas hasta que los ríos se hicieron densos y mojaban las calles.
Y la gente se ahogaba de risa hasta que sus seres queridos se ahogaron en aquellas aguas...

Jueves nueve de agosto del dos mil doce, doce con tres de la tarde...

Desde la visión y testigo de este joven necio y curioso.

Jue 09/08/12, 12:03 pm

Empezaría con el cliché "Era una mañana completamente normal" pero nada es normal. Mis pies se cansaban con el sonido que causaba la fricción entre la suela de unos adidas Samba y un suelo de concreto, mis ojos disparaban imaginarias historias mientras saludaba a los amigos. Cuando vi las escaleras sentí un peso inmenso de sobra en los músculos de mi espalda y piernas, sabía que eran tres pisos más, sabía que tenía que estar sentado en aquella silla. Mi mente mezclaba conversiones de masa, volumen, velocidad y densidad con energía y la brisa que emanaba el calor que fluía desde la colina árida. Tercer piso, uno más! Apoyaba las manos en el frío de la estructura. Respiraba fuertemente y continuaba con mi labor de cortesía hacia las personas que caminaban al mismo ritmo que yo, con la misma rutina que yo. Sólo sabíamos lo que teníamos que hacer, pasar la credencial en el lector que siempre es visto como un cadenero en alguna prisión de sabios. Me senté tranquilamente en mi lugar, cansado, pero alegre y optimista. Se sentía una algarabía en el aire a pesar de las lúgubres últimas horas de arduo estudio. Faltaban tres minutos para las doce y seis para  tres horas y media.

Se reía la pequeña multitud de niños emprendedores, se escuchaban mofas de la vida. Se escucharon los ruidos de mentes grandes para cerebros pequeños, se escucharon silencios de parte de la autoridad educativa y luego se escucharon risas, se escucharon actividades próximas, se escucharon seis disparos. Conmoción mínima, "cuetes"! Risas. Callé, durante cinco minutos estuve callado, durante medio segundo sentí una infinidad de información en todo mi organismo, sabía que no eran cuetes, sabía que no eran las rocas que chocaban con el suelo de la caja de carga de aquél camión aunque de alguna forma lo creí en algún momento ya que tenía el panorama completo desde el salón 408 de Aulas I. Sentí el bochorno de catatonia y me levanté de mi silla, empujé la mesa con pequeñas ruedas que hacen capaz su fácil transporte, arrastré la silla, ligera para que sea cargada fácilmente, hacia atrás con la parte inferior de mi cuerpo. Observé el horizonte y me asomé por la ventana, me siguió un compañero, lo recuerdo bien. Medio cuerpo a la intemperie del viento. Solo cinco seres humanos aproximadamente sabían que estaba pasando, dos de ellos sabían exactamente que estaba pasando, uno de ellos era yo, con medio cuerpo jugando con la gravedad.

Divisé una camioneta blanca con caja de carga después de escuchar el rugido de su motor arreglado, en sentido contrario, bajando como serpiente de un árbol, desacelera, un individuo colocado en la caja le sonríe al conductor a través de la ventanilla y alza el brazo derecho. Los músculos se contraen, el hueso del hombre aumento los grados y apuntó a la vida con el cañón canalla del AK-47, tirano, creando un circulo con su energía mientras la fuerza de su dedo índice apretaba el gatillo. Ráfagas, gritos en silencio por todos lados. Un aire filoso cortaba el aire a unos diez centímetros de mi rostro y de el de mi compañero, sentí mi cabello arrastrado por el furioso viento y el zumbido penetraba mis oídos como gigantescas olas de un huracán sufriendo mal de amores. Mis manos se volvieron a apoyar en el concreto, pero esta vez no fue para subir. Caímos como costales de harina al suelo, sentíamos que ya estábamos muertos. Las detonaciones se prolongaron hasta que el sol prefirió esconderse, bajó la temperatura y el cielo se nubló.

Estuvimos mas de veinte personalidades besando los labios del polvo, eufóricos. Tres horas interminables de incertidumbre. Una llamada e informaba, otra llamada y más psicosis. Pasaron los segundos, la historia quedó como otra balacera más, nadie se imaginaba que era el inicio de otra batalla en mi ciudad natal. San Luis Potosí. Al terminar, nos evacuaron. Me trasladé al hogar de un amigo mío, dos camionetas militares estaban haciendo guardia a una casa la cual fue levantada, estuvieron ahí de jueves a sábado al igual que yo.

¿La vida siguió su curso? ¿No pasó absolutamente nada más? ¿Todos fueron felices por siempre?

Hoy vivimos sin miedo, pero con la esperanza de que lleguemos a nuestras casas sanos y salvos. Seguimos vivos, seguimos siendo sobreviviente, seguimos siendo guerreros... Seguimos siendo conscientes...


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