26 ago 2014

Frida.


Le pintó sin permiso una mueca deforme y sanguinaria, restringiendo aquello oculto, alabando su desdicha como lágrima suicida; Marcelo cuidaba de sus perros, tomaba los saltos temperamentales de Don Carlos como mi Caudillo resentía de los analgésicos. Marcelo lloró, claro, pero no sé si haya sido por la ausencia o por la falta de presencia de mi Caudillo; niño que hacía el amor con su tinta sin expresar conclusiones ajenas de poeta, como libreta vieja pero rara vez víctima… Lloró, claro, como cualquier amigo que es testigo de una situación que no cualquier amigo vive.


Le escudriñó sonrisas, entre arrugas y líquidos, hacia cualquier presencia de pesadillas conscientes. Recuerdo a mi Caudillo escondiendo banderas como tesoros que uno que otro Marcelo tenía, y entre cables las veneraba y entre teclas las defendía y entre tesoro y tesoro su padecer de almas rígidas y sangrantes revoloteaba burbujeando y pensando. Recuerdo su exceso de palabras entre los renglones.

No me conocían, pero me resguardaba detrás de las sillas sus aventuras de hazañas con resultados malolientes y heridas cuyas cicatrices exhalaban el aire que rondaba mientras eran vividas por él y los seres que él llamaba -con compasión, emoción y tristeza- cuerpos que respiran mi necesidad de quererlos. Él me reconocía detrás y entre las multitudes como confidente y multitudes sus sueños y alucinaciones provocadas por aquella aventura en las rampas del Cerro Manco donde usaban la estática de las piedras grandes como pincel ante la epidermis y la dermis, aquella en su casa cuando leía en voz alta Schopenhauer de Emilio Carrere mientras lamentaba que hablara de él y fuera el poema como si él nunca pudo haberlo escrito, aquella en la que lamentaba en silencio mientras su propia amenaza se escondía bajo sus órdenes jamás revelarse…


Aunque nunca me hayan visto ellos, aunque me ignoraba como Una Puesta Del Sol de un pagano Max Jara que, tambaleando entre maderas crudas a la altura bélica fue vagar inamovible nombrando Él Verso de P. Prado y puntos y puntos y puntos…

Caer sobre lienzos que ya no querían ser serenos, querían ser arroyos, y sólo sabían convertirse en fuego abrumado por sus propias coronas; mi Caudillo divertido entre mortales y su amor, transfigurado por el éxtasis de las emociones sin hallar y la cálida caminata -hacia una rosa cadáver y lirio enfurecido donde se leían, iluminando el pórtico, Sheol en sangre de hadas vírgenes- donde Delmira Agustini era seducida por un invito, invito cordial, invito descuidado, invito solemne, invito sin techo entre cortadas humeantes, un invito Lo Inefable. Y Caudillo iba y jugaba entre roble claro y roble oscuro suspirando el algodón garganta que lo bloqueaba.


Extrañaba mi Caudillo una melancolía que a Octubre no le importaba, los lobos lejanos de frágil verde agonizando trampas en límpidas escaleras muertas. Marcelo Bastián Reverte, que poco cieno cargan tus brotes de obediencia; porque cuando él mismo te relataba sus sueños, parpadeantes olas distraídas por pequeños deseos de morir, no te añoró el desdeño obstinado por la nada evaporada… Confió en ti su atormentada ternura de trascender mediante sonoras confesiones un tejido cantando alimento carroñero, y dejaste golpear esa lluvia tranquila el individuo besado por la tumba de los paganos y su moral ceniza.
Quería ser todo lo contrario a lo que te culpó por impuesto labrador; un buen amigo que por mal amigo fugó como hierba encaminada a los caprichos de Carolina, estrecha necedad la tuya ahogada en el silencio que nunca fue tuyo… te maldigo. Pero mi Caudillo, en sus vientos vulnerables no penó el desvelo por Sofía, que por orgullo se estancó en el desvío perpetuo y las amistades y hábitos de Marcelo, como marea, la estrellaron en un cielo blanco y soledad y soledad y soledad.


Porque eso es memoria… memorias líquidas que los celos de astros intolerantes se aprisionaron en la fugaz nota, rebotando la circunferencia de los axones totales con mi receptor de Luna, Caudillo… siempre fui tu fugaz nota tapando la Luna.


Torturaba los pasos entre la razón y la carta a medias dirigida como antifaz acronológico a Sofía; ejecutaba leves y tiernos golpes a sus labios con la punta opuesta del grafito, indeleble ante la sumisión de sus emociones y restante de la cordialidad compuesta. Sofía Mercedes Loreana, que poco terreno ensucia tu voluntad de alma perdida; porque cuando él mismo te sonreía vagamente entre la penumbra proclamada amistad presentada en trivialidades filtradas con levantamientos de poder carente, te regocijabas sobre los besos que nunca fueron tuyos. Te gustaba permanecer como anzuelo y tentar la dulce cifra esquizofrénica de mi Caudillo, hundido por sostener tus pasos sobre el agua, que reaparecía en epopeyas sidéreas, que gustaba de tomar forma de albogue, que ondulaba mármoles escribiendo campiñas explotadas por inexpertas neuronas hierofantes, que hojeaba oraciones vacías para cultivar cuclillos imaginados en el agro de tu estancia.


Carolina terminaba su labor de reconocer a su hijo como mascota y dibujarlo como parásito que se alimentaba de las ganancias de su trabajo. Un estorbo que no era pantalla ni cortina de su orgullo, solo una excusa del mismo para complacer espejos de la clase alta. Mantenía sus actividades lejos de la consciencia de mi Caudillo como si fueran imposibles de deducir, pero yo las deduje sin dejar escapar glifo alguno que revocara la astucia de la mujer… por extrañamiento lúgubre, por la profanación de la lujuria en su tumba, no sé, por correr hacia la epopeya.


Su padre murió por el fuego de lo inevitable, por la pastilla nunca creada, que el milagro aniquilado por la realidad llevó consigo en su vientre. Señor de externas manifestaciones cuando renunciaba el dolor de su hijo, manifestaciones sin vocales, programadas para compartir antes de que mi Caudillo tuviera algo para intercambiar. Porque sabía de la condición de su hijo desde la primera vez que lo tuvo en sus brazos, incluso antes, y murió por la misma causa predestinada y escéptica cinco años después; Carolina sólo continuaba en estaciones edificadas con sudor de moneda heredada, simulando técnicas refinadas que mi Caudillo gustaba comparar con ciertos trazos de Buñuel en su Bella de Día. Agresivo, solo, cínico, triste… y siempre dibujado por la imaginación de las circunstancias.


Cortes de lo infinito; Marcelo y Sofía martirizaban con bellos roces de aquellos lirios el roble no deseado. Noviembre de piedra; te escucho, Caudillo de lo infinito herido, historia parapléjica de lo común que nació atormentado en abril… Noviembre potable, Marcelo, Noviembre minado, Carolina. Su alegría conforme con la gravedad de la paz molida por lo hermoso del último viaje; aquél último viaje futurista de telas desvestidas por la bala de lo ocurrido jocundo. Lazos morenos entre la calma, Sofía, miedo en el escape con prudencia de girasoles alternos.


Mi Caudillo en su comunión de alas paganas derrumba estelas que dejaron las esponjas necias de esas costumbres estúpidas. Tú, mujer de ley castigo melodía de contrarios, pluma de cristal que en la lluvia moldeaba miradas sobre tu piel cegadora; él tocaba las visiones que en su espalda nombraba tu aurora, y tu aurora en los gritos de sus paredes cansadas de su propio deseo correteándote. Encantado con los difuntos de estrofas perfectas, buscó la nieve de tus segundos, la luz de tus rincones prohibidos… y ojalá te escriba con uñas sobre la sangre del algodón enterrado en la notica de tu sombra.


No toleraba templos; añoraba risas calladas que la desesperación de los lobos, cayendo sobre el plasma de su testamento, desaparecía caramillos tartamudos por el fantasma de tus andares. No fuiste perpetuo descanso cuando fuiste carcomida por la cuenta regresiva sufrida por tu aceptación a la hoja en blanco siguiente. Tu provenir fue parido por su dolor, Sofía. Junglas de comodidades, fruto del cielo incinerado por la precisión de los que los han criado; hogar sin polvo, estribillos dentro del alcance, manos en bolsillos presos de una cabeza viviendo una primavera jovial, manchas de mundos mortificados y procurados de acusaciones, enemigos escuchas cantantes de lo imposible… Tú, Marcelo, mi Caudillo y lo sencillo de su inmunidad ante la participación de las tareas pensantes.


Persigue retratos que maldicen destinos y membretes injustos, no merecidos. Tengo su carta, tengo la familia de su perecer, tengo la indecencia en coro de sus augurios. Público, aclama su riesgo partido en dos, porque la función que disfrutan también fue tono de santos Heráclitos repetidos en enredos linterna. Mi Caudillo fue una trova sepultada en tradiciones que rechazaban su cita encapuchada, y fue un título cuyos favores que por gratuitos abandonaron su impecable y nocturna interpretación. La suerte fue manipulada por la traición perpetrada por la intención de aquellos lirios fúnebres.


Mi locura habló contra mi cintura, distorsionada por el delirio de su florida senda hacia el capullo delicado del cansancio… La Bella Locura. Sus huellas vacilaron entre promesas y figuras vistas más por amantes cobardes entre relatos que por el conjuro de una gaviota fusilada en ideal ramificación de notas suicidas. Cuidado con esta canción corrompida por aquél miedo, lirios de tinta en una carta de arduos derroches turbios, cuidado con el ángel de aquél miedo entre agua y flores… un peso exuberante y un fondo seco bajo la corriente del Caribe. Se amarró a una deliciosa forma de elíptica aleación entre metales que soñaban ser fusil para crueles sacramentos apuñalados por los nardos paganos conspiradores de un futuro ostensorio clavado en la frente donde Adramelech estrechó la eyaculación de la hipocresía. Hoy desde una cima vieja regalo una pasión desempolvada, ofrenda para la desnudez de tu inferno amante; apagaré aquella filtración de aquellos trazos de aquella tinta desganada de volver a protestar las encías peregrinas de llagas célebres, porque tu historia merece altar de pájaros negros y gemidos de una venganza en éxtasis. Mantillas heterogéneas por ocasiones imborrables, las ofrezco; limpia mi carne por el sudor de una equivocación con aquella inocencia, pero sucia inocencia… pero responsable inocencia… incapaz de lejana decisión irrevocable del río hormonal cargado por la mozuela cubierta de aceite escurriendo del crucifijo infractor ante un agravio frutal y estupefaciente.


Licor con imagen pajiza o muro almíbar gitano, frente la transparencia de tu acentuado querer, ofrezco tu manifiesto plasmado en tu nombre, nombre proclamado Miedo como percance raso, tormenta de seda. Marcelo lee un discurso alabado por el fanatismo de la hipocresía, Sofía mantiene la cabeza baja, Carolina ocultaba los pasos de un ruido al vacío para evitar un cariño vagabundo, Carlos Bastián Posento bailaba su indiferencia en el proscenio del fanatismo alabado, el Cerro Manco lloraba a través del sermón del bosque, yo pintaba de plata aquella enagua de espinas verticales… martillando el limo del cristalino de mi Caudillo yacente en potra de un súcubo sin corpiño ni candados astrales. Beso aquella membrana del engaño, le juro que cuido de sus viajes hacia el roble y manzanas de oro, le procuro una sábana oscura que baña el ritual culminante de su otorgamiento para que en pleno destello de ausencia diluya arena flotante con aroma azucarado guardando nuestro pecado centinela.


El campo de las casualidades; entre una carta que revoloteaba en bienes, empero, vecina del futuro atacando la sorpresa de los mandamientos infantiles, como algo buscando firmas resistentes al papel sustancia de la tensión secreta… sufría yo de correr por el vértice del minuto intransitable, anulado por mi Caudillo, en el campo de las casualidades, sosteniendo la cabellera del opaco espesor que juraron sus más cercanos calmantes humanos.


En el terreno muerto, puente entre la frescura del secreto bajo mi falda y su beso adormecido por la cripta del océano, concurría la peste de un sombrero religioso. Fabián Navarro Escalante, que poca geometría habita tu regazo de maloliente fe seductora; porque cuando él mismo redactó el veredicto de sus órganos, optaste por la esclavitud de tus seguidores. Siempre maldijo las intenciones de los tuyos por desvestir los asquerosos intereses propios bajo una lupa incandescente.


Yo escribía, todos los demás dormían, y yo escribía.


Pobre idiota en remedios de riachuelo salado, ¿saben? Como cuando estiras el cuello creyendo que lograrás observar el barco que ya escondió su mástil en el horizonte y se calla el fueguito travieso y niña psicópata de cartón húmedo por la sangre absorbida, ¿saben?


Siempre regresa al diccionario de las estupideces en la gran enciclopedia llamada “buscar pareja”. Porque somos animales, le gusta aferrarse a eso cuando lo cuestionábamos; quería enamorarse a través del silencio irresistible de la promiscuidad. –Benedetti, hermanos- y se recargaba en su asiento cruzando los brazos con una sonrisa indestructible. “Comiencen a ver nuestro comportamiento como simple comportamiento mamífero. No me refiero a nuestra naturaleza como la de cualquier otro ser vivo andante; mantenemos un cerebro reptileano lleno de instintos como copular y procrear y sentir placer y celos y estupideces. Y yo digo que los sentimientos son primitivos, pues el amor concluye con el desvelo de los celos y la obsesión; pero… ¡junten eso con este tiempo de retrógradas donde es más importante tener sexo por estatus que por placer! Somos la generación de los viejos que, sobre una melancolía desarrollada en chinga debido a un jodido salto de hipotéticas brechas generacionales, se dejan vender debido a la rapidez con la que surgen nuevas tendencias. Por necesidad hasta tuvimos que poner modas ridículas, ser alternativo y creer en cultos ancestrales que –resaltando su voz y acento de orador- dicen que los siguen pero no tienen idea de lo que significa porque la historia nos coloca en una consciencia adaptada a nuestro presente muy diferente a la de los pioneros devotos a dioses culpables de sus glorias y desgracias –recupera el aire- gracias.”

Identificado como El Encantador de Culebras por sus sermones sobre humanidades mientras se contradice continuamente y eso nos preocupa, sostiene su característica divagación y lo explota hasta quemarnos cuando está a una palabra de revelar sus emociones ahogadas. Está desesperado por no lograr enamorarse… tal vez porque canta al bañarse, porque le gustan los gatos, aborrece el deporte, se joroba al sentarse, le gusta pintar escenas oscuras y pesimistas, le gustan las películas violentas y sombrías o de hiperfantasía y surrealistas, es psicópata romántico, es cínico hedonista, disfruta la noche y las madrugadas, disfruta de los textos neoclasicistas y vanguardistas, adora la luna, adora estar solo, adora tocar y ser tocado, adora aislarse, adora conversar, adora callarse, adora la música en alto volumen, adora el silencio, ama reír, ama la ira, ama los besos y ama la insensibilidad… pero su mayor defecto era idolatrar la rebeldía, el paganismo positivista, la física, la manipulación, las mentiras y la conquista del conocimiento puro.

Nunca desfalcó los terrores de los mortales; pero él sí, decía, y con suerte las almohadas le ayudaban a escribir, porque las otras veces era arrendatario de los desvelos y se guardaba las ganas de golpear el cartón de su dormitorio que usaba de excusa para cantar a media noche. Descansaba con cervezas y no podía concentrarse nunca leyendo Cuentos Completos de Cortázar porque Alfaguara le causaba cierta desconfianza. A él le gustaba la cerveza, ¿será una cama de distancia?, ¿serán los pólipos del sol sobre la sábana y el cénit de una exploración inconclusa?


Pero ella, Frida, quería verlo y sólo eso mientras llegaba a cualquier reunión de nuestras epístolas viejas en quistes blandos pseudointelectuales, y se preguntaba por qué lo merecían, y se balanceaba entre el sí y el no de sus primeras respuestas. Porque le intrigaba todo lo que ocurría alrededor de una convención social como ésa, y se imaginaba a las causalidades fundando una mafia de predestinaciones inequívocas; juzgaba el lastre de las ciudades hiperpobladas porque él se mudaría algún día a la capital y sesgada en el pálido asiento invocaba sus leales sentimentalismos. Pensaba en él incluso mientras se hipnotizaba con el Nintendo, descansando un pequeño Tláloc en su espalda baja. Pacífica pero fuerte y perseverante, atrevida pero inocente, tierna pero traviesa, le gusta la poesía romanticista y las novelas largas, es fanática de series, estudia física pero no le gusta porque quiere ser actriz y seguir melodías manifestadas en marihuana y libros, es independiente y libre pero reservada y responsable, era líquida, le gusta mucho hacer ejercicio y ejercicio nada más; la pizza y la cerveza son prioridad aunque sabe de vino y de carne, prefiere quedarse a leer un viernes e ir a un bar tranquilo el sábado que ir a fiestas y éstas convenciones que la distraen de la periferia neoclásica. Todo esto él no sabe de ella, solo la ve a veces y han platicado en ocasiones cuando la música revuela una melancolía y sobre cómo estaba el ambiente en el bar o de bioquímica.


Sofía, el fuego, comenzaba a provocar comezón irracional en un lugar que rasca pero que no satisface ni evita futuros roces con la vocecita molesta. No la ama, la desea, no la explica, la entiende. “No sé qué carajos es la incomodidad de saber que estoy con ella. No me incomodan sus besos, todo lo contrario… y el sexo es increíble, coexistimos como Io y Europa, ¿saben? En una órbita cortejando algo más grande que nosotros mismos” y asentíamos idiotas, como esperando que él mismo cambiara el tema, “pero no somos, como son la canela y el café, el tabaco y la madrugada literaria, un buen toque y Marvin Gaye, como cerveza y charla; somos más bien como vino y uvas, como jugo y vaso y no jugo y boca” y asentíamos perplejos, como tratando de recordar a alguien que no conocíamos.


Es una tarde feriada, planeamos no escatimar gastos y nos fugamos a la recreación perfecta donde él conoce a sus amigas, la tierra, el aire, el agua. Y juzgamos canciones y  cuentos. Y rompimos reglas. Y sentados conocemos el verdadero placer de tener todos la razón en todo. Después, su novia, el fuego, despega durante la noche festiva.


Agua, tierra, aire, nosotros, él. Fumamos marihuana en una sala donde los asientos blancos nos obligaban a extasiarnos como gatos antes de dormir, contemplamos los cuadros y recuadros y las escenas y los momentos y lo intrépido de la excitación sexual sobre la tensión. Magnífica la compostura atmosférica entre los elementos… y una de ellas sale a imaginar una historia sobre la calle.


¿Qué es el hombre joven cuando en sintonía con el reconocimiento abala la ciencia de su propio relato y perdona todo aquello que escribió en su contra?


Somos autores de nuestra propia vida, una obra que no es para nosotros pues nunca la volveremos a leer, una escritura para lectores que no conocemos, un odio hacia lo que alguna vez nos provocaba orgullo y bienestar. Por nostalgia mecánica nos encontramos sobre una senda confusa de piedras inquietas y ciegas; tropezamos para no volver a ver claramente, nunca más, pues caeremos culpables por conocer a la piedra que nos enseñe a levantarnos. No creemos en las coincidencias, pero en ese mismo más tarde que nos orilló a rellenar la pipa, Sofía, el fuego, despega durante la noche festiva para masacrar la formalidad de la relación vía teléfono móvil celular. Salió a buscar aire…


"¿Te gusta la noche que como cartón se moja y se pudre si alguien más llora sintiendo el calibre de la paranoia emocional quemándole la piel? ... porque me gusta, me gusta sentir y saber que estoy sintiendo. Tal vez me conformé con lo que había vivido plasmado en un contrario a ese mismo pasado que me reflejaba en aras del progreso límbico, ¿sabes? Porque me reconozco sin conocerme justo en este preciso momento e imagino una historia sobre la calle. Quizás para seguir buscando hay que caer en el error de encontrarse" Y ella le hablaba de sus pasados romances y de cómo pasaba su inconsciente el tiempo entre matorrales espesos, suaves, espinados, esponjados, a veces situados, a veces al aire y desnuda.


“No quiero reproches de mi salada culpa. Estamos tú, yo, la calle y su historia. Quizás para seguir cantando hay que caer en el fatal error de atorarse una canción en la cabeza; cantar, odiar, renacer, repetir.” Ella alzó la mirada, él la vio un segundo para continuar su desdichado melodrama observando el pavimento, relacionando ácidos nucleicos con sonetos y trova; tal vez soñaba despierto, quizá sí sentía una fuerte sensación en el estómago que opacaba el ruido del interior, tal vez sí sabía que ella estaba verdaderamente ahí parada… “Tal vez quiero lo independiente y libre pero reservado y responsable, tal vez le gusta mucho hacer ejercicio y ejercicio nada más; tal vez la pizza y la cerveza son prioridad aunque sabe de vino y de carne, tal vez prefiere quedarse a leer un viernes e ir a un bar tranquilo el sábado que ir a fiestas y éstas convenciones que la distraen de la periferia neoclásica. Tal vez todo esto no lo sé de ella, quizás sólo la veo a veces y hemos platicado en ocasiones cuando la música revuela una melancolía y sobre cómo está el ambiente en el bar o de bioquímica… tal vez quiero una mirada líquida y tardes de Nintendo, observando la dulce piel tatuada en una espalda baja…”


Y ella, Frida, el agua, lo miró como empapándolo de incertidumbre antes de terminar su imaginada historia sobre la calle… y se dio cuenta que aquella imaginada historia sobre la calle era la historia más hermosa del mundo, pero que él, Encantador de Culebras, nunca estaría allí… como él, Mi Caudillo, nunca saldrá milagrosamente de su tumba.

25 ago 2014

Sin besar el suelo.

Cuenta, cuenta... te has sentido bien, te has sentido tuyo y libre cuando conoces las sábanas o construyes el agua y cantas y cantas.

Escribiste en los rincones alguna vez pero hoy te regocijas en ideas asexuales unidas a la naturaleza de tu mente científica e ignorante, ignorante curioso, ignorante inconforme.
Pero la sangre fluye y se excitan tus instintos, la furia es un poder que debe entenderse en consumo y hay una delgada brecha entre ataque y burla, entre demencia y poesía.
Poeta, ríndete;  nadie te escucha, mejor escribe y escóndete. Si te quieren, quiérelos. Si te odian... destrúyelos.

Cuenta, cuenta... te has librado de los prejuicios ajenos y corres y corres y cuando estás a punto de caer, flotas.