24 nov 2012

El canto del vagabundo.

Mientras aparecían de la nada gotas frías sobre las hojas del suelo y éstas mismas se tornaban transparentes, un niño jugaba a ser bombero. Destruyendo columnas de madera, carbonizando muros de concreto de color  blanco y desnudando los ladrillos de su vestido amarillo, estallando calientes los incoloros miopes. Abriendo las tuberías del surrealismo infantil mediante su boca, tanteando reía y bailaban obligadas sus manos.

Afirmaba que en su jardín habitaban historias en una ciudad verde de luces traviesas.  Solo necesitaba dos vehículos a escala pero con tamaño que él quisiera inventar. Uno era un camión rojo y de manguera infinita, el otro era un Shelby del 68. Su madre, paranoica, no se había permitido a sí misma brindarle el causante de la combustión de su tabaquismo, entonces el niño hurtó el mismo causante a su padre. Eran unos Jason D'Aquino. Apenas conocía la pronunciación de las letras legibles pero le bastó la palabra "Cardinal" para admirar el dibujo que lo motivó a la desobediencia. En la televisión observé como pasaban la gota colorida por un lado de la caja para hacer lo mismo que mamá y papá, tal vez funcione igual con las paredes de las oficinas.

Entonces se escuchó la alarma de la estación y Jorge corrió desesperado al tubo pensando en el amor que sentía por su ciudad. El edificio escupía ardor por los ojos del piso 19. El agua estaba furiosa y dispuesta a ver humo antes que carbón.

Se notaba un aroma a pan tostado, después se notó la voz de la madre. Los juguetes quedaron a merced de las piedras. Jorge se paralizó, el agua fue forzada a la estática y el fuego al calor inmóvil, excepto una llama.

Buscó la salida, buscó la calle, buscó el horizonte, buscó los cantos de un vagabundo pariente. Fue libre, descubrió el desierto más hermoso del mundo, ahí podía quemar los arbustos y las serpientes; ahí podía darle calor al sol e iluminar a la luz. Le narraban a la Luna pero seguía sonriendo. El silencio revolucionaba el tiempo, pensaba muchas cosas. Cuando no encontró materia, su orgullo imaginó un camino y lo siguió. Al dudar obscurecía y al obscurecer su centro, emergían estrellas.

El pánico lo dirigió al incendio. Atónito quemó la tierra sin intención alguna, pero el dolor de su origen le mostraba la realidad, seguía quemando sin saber que le gustaba.

Se encerró entre su creación y le temía a la misma... No podía salir porque no quería. Se perdió en el paraíso porque el paraíso era él mientras él era un infierno. Tocaba otro arbusto con la excusa de consejo y el arbusto se quemaba. El orgullo estaba ya carbonizado pero la realidad alterna imaginaria seguía con vida y la siguió. Descubrió muros verdes y le encantó, pero al tocarlos empezaron a arder... ¿Cuál escape? Se quemaba su sueño como se había quemado su realidad. Observó como el fuego un muro verde creaba fuego en otro hasta que solo veía luz... Su propia luz, mientras él se apagaba.

La madre comenzó los gritos y el niño al ver a su madre gritar, la imitó. El padre intentaba asesinar la luz ardiente pero la luz ardiente lo quemó, consumiendo su estructura. Entonces el niño observó como sus lágrimas se parecían a las gotas frías de las hojas del suelo... ¿Qué hice para tornarme transparente?...

Solo necesitaba dos vehículos a escala pero con tamaño que él quisiera inventar...





Caudillo De Sueños...








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