31 oct 2013

Tatanacho...


Un cantar como un poema en prosa que se queda como 'solo unas ganas de cantar', oprimidas en lo tangible ya que esas se han desbordado en lágrimas y el cantar son los recuerdos... No, no son los recuerdos; SON recuerdos.
Un cantar de un presente que se detiene. Una sonata de repentinos cristales sueltos, a merced de lo efímero y de la melancolía y, sin embargo, una melodía de aquellas que no se retienen en 'solo recuerdos'.

Yo te decía "abuelito" e imaginaba. Yo veía chocolates y decía "abuelito" porque nací imaginando una estructura física intangible y tan incomprensible como suena.
Yo recibí la noticia martes 30 de octubre. Martes, los martes... Martes. Los martes de cordon bleu o carnitas para tacos; martes de sangría con sauvignon o agua de piña; martes de Freud o Sartre e imaginar nuevas
 vocales, nuevos colores, nuevas teorías.

Recuerdo los martes porque recuerdo tus libros. Porque aquél sol entre las flores blancas del jardín imponente en el ventanal cerraba un círculo de cristal en una burbuja opuesta a los demás presentes; y éramos tú y yo en aquella burbuja pragmatista, comer para comer y no para platicar... Y comer y despedirse...
Pero hablábamos con la presencia, en secreto, criticando a los demás; burlándonos de sus opiniones relacionadas con predestinación y teísmo, con lo dogmático y el idealismo trascendental... Pero de un existencialismo que solo tú y yo en esa mesa comprendíamos; yo en el nacimiento del metaverso al aprender, tú en la culminación por derecho a la opresión en conocimiento hacia cualquier forma de filosofía.

Éramos tú y yo pidiendo poco de comer y comiendo en silencio. Y en silencio analizaba las esculturas en tu librero, sosteniendo tantos secretos y tantos placeres inmateriales dentro de unas cuantas palabras impresas. El esoterismo de observar el lomo de los libros expuestos para imaginar que descubría la implícita curiosidad que solo unos pocos y específicos humanos 'lográbamos' comprender.
El seguir la líneas del grabado en la alfombra por seguir un laberinto hasta llegar a los chocolates, esos chocolates, tesoro... Mi padre, tu hijo, regañándome por tomar "de más", y tú regañándolo a él por no dejarme. No lo olvido, claro, por supuesto, y el piso era lava.
Hoy me doy cuenta que momentos que pasé contigo, si ya los olvidé, es para que tú nunca los olvidaras... Desde mi nacimiento hasta el final de la lactancia, pues heredé tu memoria, que a veces es clavo sentimental, por todo esto que me acuerdo.
Éramos tú y yo, dejando a mi padre preguntar para responder como homo sapiens y platicar con la presencia. No lo olvido, claro, por supuesto, esperando que cuando acabara ese recuerdo, recordáramos que íbamos a querer nunca olvidarlo... Jamás.
Jamás, la palabra gas mostaza.
Éramos tú y todos... Yo que te entendía pensando ser el único; los hermanos, tus hijos, los hombres y la dama, las personas más fuertes y cultas que he conocido como seres humanos dentro de esa misma burbuja que los encierra inevitablemente en mi memoria que, inevitablemente, se encierra en la memoria colectiva...

Y de repente unos dibujos que, sin querer, descubrí en mis morbos infantes. Unas líneas rectas que yo no entendía como estructuras; hoy, te lo juro, pienso que me hubiera gustado platicarte de lo que he aprendido de arquitectura en la carrera... Te lo juro, lo libros que leeré en tu honor.
Y de repente aquellos dibujos que me provocan imaginarme en un bar, rodeado de gente, de prensa, de fanáticos; y yo pensando en tu legado. Y de repente las ganas de cantar aquella melodía que me provocan pensar en los recuerdos... No, no son los recuerdos; SON recuerdos.
Aquellos dibujos que me ayudaron a descubrir que construiste no solo casas y edificios. Construiste una leyenda de brillantes huellas, trascendentales... Construiste vidas en luces bípedas.

No abuelito, a ti no te pasó nada...
Se necesitaban más lunas en el cielo, y solo tú podías construirlas...

Te quiero, abuelito... Tu nieto, el existencialista, sabe que solo fuiste a construir lunas en el cielo.

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