31 ene 2013

Subterráneo.

Mientes cuando piensas que te han gustado las gotas de tus dedos; tu corteza es débil como el diamante pero te sientes fuerte como el grafito o como tus ramas. En medio del desierto, descubrí un túnel de raíces verdes pero secas, muertas, como huesos de ballena, entré, lo crucé, me perdí después de salir, viendo el sol me congelé las retinas y quería hundirme en el vacío arenoso, encontrar escarabajos de oro hechos cristales plateados, mi propia coherencia, pero encontré cristales de escarabajos dorados de plata, nada tenía sentido y todo era el sentido; busqué rocas gigantes moradas sin materia, encontré nubes escribiendo poemas ridículos, como si quisieran ser placas oceánicas y fugarse con las olas. Seguí buscando lo que quería buscar sin querer encontrar cualquier prosa de sangre, podía encontrar algún caballo de Troya sin guerreros pero lleno de flores, por ahí enterrado, y acampar a la luz de la arena o inventarme un bosque de ventanas, pero tampoco tenían vida, estaban vacíos, entonces construía espejos con la hojas que me quedaban, regresaba y soltaba el aire pesado las cosas de la existencia, fantaseaba, de vez en cuando alucinaba con la realidad y soñaba que todo era normal, hasta que decías verdades, sentada sobre pizarrines de sal, y recordaba lo que me decían las piedras, altares de los dioses escépticos. Quería el metal evaporarse en el mar, quería la luna ser de madera, quería el suelo correr desnudo, querían los peces ser astronautas y fueron los únicos en lograrlo. Una pared me apartaba un lugar entre los cometas oceánicos, mientras me relataba las luces de un perro, al parecer lo habían escuchado ladrar, sospecharon que por viejo abandonó los cuentos narrados en catalán y el Brie con Sauvignon mientras tomaba mate sentado en la pirámide romulana de Saturno 15. Caminé varios años más antes de caer en una extraña puerta de marfil arcaico, donde soplabas para que se quemara y aplaudías para que se condensara. Ahí vivía una joven y solitaria liliputense cirenaica, se dedicaba a cosechar aguas termales y fabricar galaxias de tela de coral. Me invitó una cuartilla de Polvo Solar que bebí con un cigarrillo, me sentía cómodo pero a ella le molestaba el vientre derecho, así que tuve que irme y dejarle tinta de Anatolia para que descansara bien. La frontera de Abril me quedaba un tanto lejos, necesitaba cruzar un solsticio cuya torre cobraba cuota y sólo contaba con un barco rocoso de Andrómeda y unas cuantas cuentas de cuentos cristalinos rojos. Casi morado, un grifo tuerto tuvo la piedad suficiente para esconderme en unas páginas que arrastraba una mascota gris de caramelo, la llevaba consigo durante los Bancos de Hierba, cuando Marte expulsaba sus famosos "Amores Celestes", todos se escondían como se acostumbra. Me atreví a danzar con los ojos la vereda aérea, creo que lo hice enojar porque mencionó a Polifemo en un susurro, pero nada más. Llegué a El Cuartel de Quimeras en la frontera de Abril y le pedí que me narrara a una de las madrigueras que anidaban en la orilla, le di un cuarto de las cuentas, le agradecí y seguí caminando. Por supuesto que me perdí en aquellas plazas, había claveles violentos por todas partes y me fui obligado a dormir en los aviones de los parques. Desperté con ochenta y tres vientos furiosos alrededor del campamento, me enterré atemorizado y esperé las Auras, escondido. Tardaron cuarenta metros en aparecer armadas con los labios más letales que haya visto, no tenían las fibras de El Imperio, usaban augurios vírgenes que indicaban órdenes directas del Gran Marinero, solo que no podía ser posible, venían en antorchas azules, eran desérticas. Decidí quedarme en las raíces de una gaviota chillona, solo conocí la mentira de su profesión, era un Oso pero era una Gaviota Chillona y viceversa. Pasaron unas nueve mircopulgadas platónicas antes de asomar la aguja sintética y verificar la huida de los vientos, descubrí que se refugiaron en un horizonte subterráneo a quinientos centisegundos de la nebulosa del Centinela. Usó una disyunción de cerámica para soltarme en el centro de Abril, en un callejón salió exquisito un portal honesto, me sorprendió una brisa herida pero magnética y melancólica, sentí la tinta en la piel, me paralicé, respiró un poema mal sentido y, con suerte, me dejó espantosamente despierto, huyó a la tierra y nadie llegó después, acabó mi distancia en REM, era todo, lloré solo; por fin sentí llorar. Me dijeron que fue un derrame de fidelidad, me provocó una embolia lagrimal y la sal de mis cortezas se vaporizó en el fuego de once metros después de la tercera estrofa. Después conocí tu mentira, en Vigilia, aún recuerdo cómo la cantaste, aquella canción fue mi regreso al negro ocaso de la finita verdad. Solo has nutrido de libertad mis sonrisas durante ésta primera hectárea en Vigilia, llenando mi pipa de polvo solar has mentido los deberes epicúreos. Has mentido tantos pétalos que me siento enfermo, pero sigo soplando en tus escapes. Extraño REM y sus sueños, pero me ha gustado tu falta de verdad, tus mochilas de planetas atrasados y tus campañas de fogatas congeladas. Para tus entes mentales se redactan contraseñales de seis tomos ilustrados con diurnos virulentos, de cuyas danzas contagian los viajes a la estática. En la órbita nueve hay inventos que esconder y descubrimientos que inventar, necesitaba de setenta y seis kilómetros para recorrer catorce zettahoras hasta encontrar la ventana correcta y navegar dulcemente con la nariz sin antes peinar a los Lobos de Bohemia, aquél cielo de trompetas amables, pero sin óleo de colmillo. Llegaré a regalar licor de gardenia y vender las tabletas de concentrado lírico de Corniza, pero no creo lograr subir las dunas de noventa y ocho picosemanas de altura, probablemente me tarde unas dos o tres docenas de veintidós picopulgadas cada cuatro centímetros. Me despediré de Vigilia con honor a las tablas y traicionando las banalidades de tu cuerpo una vez más. Tú que mientes, confesarás esa luna que alguna vez le narraste al verde juego del club parcialmente excluido de la juventud paradójica celeste. Ahí no hay Percepción Unitaria, me quedo en tus escondes-versos y en el cuarto-estado de tiempo, pero me sobra espacio descuidado; te dejo éstas gotas de tus dedos. Sin embargo ya no estabas. El horizonte escondido del sentimental poeta, sigue siendo aquél verso más seco que un beso, como una orquídea resplandeciente canosa se servil hastío; me ahorqué entre aquellos juglares en el cuarto conjunto de ocho minutos por el día 23 aproximadamente, llevaba vertiendo colchas, caminando sin mover los pies unas 16 millas, aunque enterrado por el día 13 me tardé otros 3 kilómetros más catorce decapulgadas donde me desvié saltando Bromo Azucarado a 26 minutos de la vereda que llegaba, terminaba y empezaba en Otoño, un cielo de lino con náuseas. Poco, solamente un bastante y nada, al vacío del Aura Blanca, el Gran Marinero dejaba lágrimas largas en senados cuartos de membrillo plastificado, codificado. Cuantas ontologías sonámbulas. Cierto, he partido de Vigilia y sigo, parte mía, multiplicando tiempos del recorrido, invirtiendo más portales para ganar alcance con las horas, llamadas de enanas blancas buscando ojos paradójicos, pero escaleras vacías. Puertas transparentes, cierto, de candados ópticos y alfombras secas de tanto tarot que secuestran los olfatos promiscuos. Pero la tinta me circula dactilar, no aparecen rencores en iluminadas calumnias estoicas. Rico rico, exquisito manjar estelar, desayunamos a veces lívidos de macizas liebres de Pitágoras 18 para aguantar el calor y salvar cuentas de los párpados terrosos. Dibujando tangos masónicos en sequía matutina y luego jarabe perverso en condensado centígrado para resacas vespertinas, ocasos, silban los ocasos a la meditación de todo. Boca, pelota, perro que trota, libro mis eternidades con un tanto de mezcalina violentamente eficaz casi siempre al durar mucho los tiros de piedra. Un Beirut nos tardamos, óyeme, en tan solo una pascua insignificante, todo por cargar estigmas de colores burdos, tan burdos que podías guardarlos en la patronal, remordimiento de cenizas lúgubres y castradas, tenía que escribir eso una disculpa, un Beirut. Montamos una oliva al percance, tan solo nos cobró seis cuerdas de tarareadas albinas, desafiamos restos de Centauros Levitadores, pero nihilistas en todo contexto cretino y rellenos de uvas asquerosas, sorteamos fácil. Un perro. Fin. Un perro de nuevo, hedor cortante del Brie  y polvo aeroso a Sauvignon que captamos enseguida, pegó, pegó atrás, pegó solo, pegó, enseguida pegó, pegó atrás, cierto, cavamos azules y bebimos y tomamos mate a la pipia francesa, aunque un quinto persuadida, pero bien. Faltamos velorios de cangrejos trompeteros al contener verdades, bailé un rato al filo de un cerro y. mueres. de mares verdes  y canté tantos cuantos versos furiosos, divisé una cueva con la piel y busqué su sello, al sentar los reflejos ya estaba yo en un tornado, invisiblemente sordo estaba, catastróficamente extasiado estaba, y desgarré centellas. Una cueva cósmica de luces trasnparentes, cierto, pegó atrás, erásmo con pastillas acuáticas y el selo de REM. Gran Marinero, tantos tiros  y 32 zettalyons al cuarentena inferior tan blanco, tan blanco el aire, tan blanco, suspirando tus gotas que ahora volcaban las contradicciones y los Lirios de Venn. Me ardieron los hostales oblicuos, te cincelé entonces con honestidad sin sinceridad astuta, te asusté con nebulosas neurolinguísicas y lagunas viejas, tu queja falsa fue viento subterráneo, y eme aquí, amándote a lo rápido, lento, lejos... TAN CERCA.
Comencé,              Comencé
                Cierto,                           Subterráneo.

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