15 feb 2013

Atardeceres.

Recuerdo las paredes de mi existencia romántica. No me dejan salir, no me dejan conocer, no me dejan ver, ni caminar, ni correr, ni escuchar, no me dejan respirar. Por eso las pinté de blanco y me puse una camisa de fuerza... ¿Qué sería mi sentimiento más profundo y hermoso sin locura? ¿Que no puede tener un cuarto pequeño y cerrado una luz que ilumine? ¿Acaso no puedes ser, amor mío, mi prisión más cómoda y alegre de mi existencia romántica?

Busco desesperadamente que me quites la libertad escondida, que retengas grietas, que te encuentre en París, que te pierda a dos cuadras del café concurrido, que te cante mientras duermes en mis sueños, que te bese las almohadas mientras ausentas lo imposible, ya que eres, amor mío, libertinamente imposible.

No me haces falta, me hace falta que me recuerdes cómo vivir las madrugadas, cómo despedir al sol en lugar de saludarlo, pues lo saludaríamos con un pie escapando de nuestros cuerpos, después de convertir nuestra piel en sábanas. El Café sería antes de dormir y la cerveza al despertar, en perfecta sintonía con el tabaco y la literatura y el Blues y más café.

Te presentaría a Sentimiento y a Lujuria para que solo tú y yo los conozcamos, los reconozcamos y los volveríamos a presentar, como un proyecto escolar, distinguiendo que son espacio y tiempo, que dependen de cada uno siendo totalmente independientes. Entenderíamos que las promesas no son deudas sino querer seguir vivos y querer seguir viviendo al morir en el momento de cumplirlas. Descubriríamos que las estrellas son gotas de sal frente a un espejo, que son espermatozoides frente a un corazón.

Te llamaría "sol de mis noches" cuando perdamos la noción de los días que llevemos bajo la cama o metidos en la ducha; "luna de mis playas" cuando estemos ridículamente ebrios de filosofía cada vez que rechines los dientes. Escondería tus faldas para que me obligues a desvestirme, gritaríamos al bailar frente a un semáforo, romperíamos las ventanas de donde no veamos estructura, ¿Acaso no puedo imaginarte, corazón, sin que estés? ¿Es posible, mujer, que prefieras abrirme la puerta del manicomio para escapar, siendo tú una de mis muchas alucinaciones? Dime, traviesa, si podría yo regalarte un beso bajo las cortinas hermenéuticas, porque, aún no existo...

¿No es válido para mi ser incapaz de entenderte mientras vuele sobre la idea de que en verdad existes?


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