14 ene 2013

La noche antes del resto de mis noches.

Al terminar mi guerra en la Sierra Madre conté los segundos de auroras boreales... Y mientras despertaba sentía correr toneladas de caballos sobre mis huesos...

Al darme cuenta de que ya no estaba dormido pero que tampoco estaba despierto, recorrió mi cuerpo una electricidad líquida y efervescente, intentando alcanzar los dedos de mis pies. Estaba tan excitado que parecía que hasta los planetas tenían relaciones sexuales, me dejé llevar, claro.

Al terminar mi juego lujurioso conmigo mismo, me sorprendió la claridad de la habitación, como si yo hubiera nacido en el cenote de la soledad, ahogado en la libido del sueño, metido en mi obscuridad desde antes de la memoria. Al desafiar a la gravedad, el aire entre mi placer y mi despertar golpeó tan duro y con una precisión tan imponente que mi cerebro rápido se vio secuestrado por el dolor y yo con un ligero síndrome de Estocolmo. Dejé escapar un augurio ahorcado, tocando mi espalda baja del lado del riñón izquierdo... quedé completamente inmóvil sobre el tiempo, sentado en la madrugada.

Aquél pesado tranvía duró aplastando el suelo solo y tan solo unos 31 segundos. Alcancé mi estatura y aproximándome al cuarto de baño el tranvía regresó, desde mi rodilla izquierda, obligando a mis manos aferrarse al suelo, como clavado de un mesías masoquista, o como Amelia antes de besar el agua con sus sueños, como la bala que atravesó a Kurt, antes de que se desnudara y atacara su cráneo.

Para darle un final a este cuento inútil y escaso de propósito. Hurté la portátil y me acosté en la cama, semi-desnudo, resistiendo el dolor, sin sueño ni cansancio, solo una pequeña estela de zolpidem aprisiona todavía mis sistemas sensoriales... He de esperar al sol y, en la espera, regresar a mi uniforme y regresar a la Sierra. Solo que ésta vez, serán guerrillas en salones de clase, una maestra de comandante, un libro como fusil, los aciertos de municiones y la ignorancia como enemigo...

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