19 may 2012

Nota Suicida


Carta de Despedida, Carta de un Suicida.
Aquél de éstas letras es el mismo responsable de porqué están escritas, sus propios recuerdos.
Y recuerdo como mis neuronas eran torturadas. Recuerdo como mi estómago implosionaba. Recuerdo sentir hervir mi poca cordura y mis sienes. Recuerdo que sería el último recuerdo de mi existencia.
Sentí la muerte y el arder de mis puños, se cerraban los ojos fuertemente y que se repetían en cinta los gritos de una loca señora que no dejaba de herir mis oídos, mi futuro, mi pasado, mi presente, no dejaba de detonar el principio del final.
El mismo nihilismo de una mujer me ha llevado a la muerte. Así, después de años soportar sus ataques de ansias, mis errores se convirtieron en mi ébola, me rendí.
No me soportaba más, no era pura depresión, sentía que no servía de nada, si algo no sirve de nada, se bota, lo inservible es basura.
Si no era capaz de mantener unos estudios y una mujer feliz y mucho menos un nivel económico estable entonces ¿De qué servía mi persona?
No obstante, seguía de pie, sin sentido, ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para calmar mis ahogadas entrañas en llamas?
Necia, terca… Por necio, terco. No quería hacerla sufrir más, no soportaría volverla a ver enfurecida, maldiciendo mi nacimiento…
Si bien era bondadosa, alegre y divertida, era también bipolar.
En una buena racha lo único que buscaba era un pequeño y minúsculo error insignificante para adoptarlo, alimentarlo, fortalecerlo y ayudarlo a crecer para convertirlo en un monstruo devorador de cerebros y de ilusiones.
Y al caso contrario, en una mala racha, exigiendo una perfección inmediata, buscaba un pequeño y minúsculo paso derecho para adoptarlo, alimentarlo, fortalecerlo y ayudarlo a crecer solo para tener de excusa de que creía que la perfección ya estaba alcanzada, aunque ese paso derecho haya sido arrebatado de la buena racha quitándola de la única base que tenía yo para saber que sí podía hacerlo mejor.
Sin mirar atrás, desatándome del pasado, continuaba mi camino, y empecé por actuar para mí mismo, sin importar opiniones ajenas, sin importar el destino, fue entonces cuando aquella mujer se dio cuenta de que debía darme rienda suelta en mis asuntos sin quitar esa exigencia a mi desempeño divino o esos ataques de ira a mi desempeño infernal.
Ahora tenía que conseguir de algún modo, de algún lugar, dieciocho mil pesos, una suma exageradamente enorme, yo, un muchacho de diecisiete años ¿Cómo lograría juntar ese dinero en menos de doce días?
Y pensé en miles de cosas, en prostituirme, en vender mi cuerpo como esclavo temporal sexual.  En vender una buena parte de mis pertenencias, vendería prácticamente todo, menos mis libros. Vendería mucha ropa, algunos muebles, mi colchón,  mi grabadora, mi cuerpo, mi cabello…
Ofrecería servicios, demás de los sexuales (Dejé claro que para mi no hay ningún problema, mientras siga siendo esa esencia de mujer indispensable), como regar jardines, limpiar casas, cuidar niños –ése sería un problema- O cualquier otro que me pidan.
De no haber encontrado una solución, me encuentro en este momento sin vida, acostado con una sonrisa en mi cama, sabiendo que acabó el sufrimiento y ésta bendición de vivir maldita por el hecho de que soy un ser humano.
Hoy he muerto, dieciocho de mayo del año dos mil doce, debido a que no era factible el hecho de que cargaba mi cuerpo con mi existencia, convirtiéndome en un joven que solo servía para hacer amigos y hacer maldades.
Dejo aquí mi aborrecible materia humana, para embarcarme en un viaje, otro, éste sin espinas, sin hielo en el cual resbalar fácilmente, sin un fin y sin un principio. Dejo este mundo para quitarme de sus vidas, lo cual no es un acto egoísta, si no todo lo contrario.
Todo este embrollo por darme cuenta que no alcanzaría tal suma de dinero en doce días. Y me di cuenta de eso no por abrir los ojos, pues ya los tenía bien abiertos, si no porque nunca fui el hombre que aquella mujer quiso que fuera.
Siendo yo la misma causa de ésta carta, siendo mi madre la gota que rebalsó el vaso.
Dejo todo a mi compañera Martina, para que lo done a orfanatos, incluyendo mis preciados libros, y le hecho de que la amaba y que nunca dejé de amarla, desde el día en que me di cuenta que era imposible… Los poemas están en la repisa de éste dormitorio.
Ojalá no nos veamos dentro de un tiempo en la otra vida, ojalá ustedes si alcancen la divinidad del paraíso en el cielo, donde pertenecen, en especial mi madre que sufrió tanto por mi causa.
La única lección que podría darles, sería que no hagan lo mismo que yo, no sean como yo, no vivan como yo lo hice, y si no lo logran, no se rindan como yo lo hice, si lo hacen, no se quiten la vida como yo lo hice, y si lo hacen, les tendré un lugar apartado en el Infierno para compartir las anécdotas de nuestras desdichas y dolores, como fue nuestra desdicha estar allá arriba desde un principio.
Hasta pronto.
Con amor, respeto y admiración.
Manuel González Robles, amigo y servidor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario