Imaginen
una historia de la que yo podría contarles lo nunca imaginado.
En un
cuarto de servilletas que no sirven porque se mantienen limpias, el jugo
agonizante de puertas aisladas, en un suelo que sirve porque se mantiene sucio.
No suelo
alucinar por nada, en el interior se despedazan cuerpos humanos, se disfruta la
sangre y se queman los labios pero se procura la lengua y el delirio.
A veces soy
humo que por Lucifer inhala la bestia en sus rituales sagrados, a veces soy el
esperma de Dios en sus orgías bestiales.
He
inventado el infierno nevado, siendo ajenjo delicado entre las nubes.
Soy tinta
de aquél invierno orgásmico, y el sueño bebió lo que se ocultaba en mis raíces.
Soy de
negra espesura y clara verdad, que no ve por sí mismo sino por mí.
Soy aquél
sentado en la cama mientras redacta mioclonía en el escritorio.
Aquella
rueda estática e inquieta, temblorosa esférica y temerosa en hipercubos.
Soy aquél
mundo brana… y tu búsqueda.
Me aconseja
un sacerdote, crianza de los que caen, que los caídos nacieron así.
Posiblemente
tenga como apellido automedicamento de raza oscura y lúgubre alegría.
Solemne…
En una
silla de púrpura filamento, descansé demencia y antítesis.
Soy la sombra
que lleva cuenta de tus reproches…
Imaginen
una historia de la que yo podría contarles el final que nunca terminó de
contarse.
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