Carta de Despedida,
Carta de un Suicida.
Aquél de éstas letras es el mismo responsable de porqué
están escritas, sus propios recuerdos.
Y recuerdo como mis neuronas eran torturadas. Recuerdo como
mi estómago implosionaba. Recuerdo sentir hervir mi poca cordura y mis sienes.
Recuerdo que sería el último recuerdo de mi existencia.
Sentí la muerte y el arder de mis puños, se cerraban los
ojos fuertemente y que se repetían en cinta los gritos de una loca señora que
no dejaba de herir mis oídos, mi futuro, mi pasado, mi presente, no dejaba de
detonar el principio del final.
El mismo nihilismo de una mujer me ha llevado a la muerte.
Así, después de años soportar sus ataques de ansias, mis errores se convirtieron
en mi ébola, me rendí.
No me soportaba más, no era pura depresión, sentía que no
servía de nada, si algo no sirve de nada, se bota, lo inservible es basura.
Si no era capaz de mantener unos estudios y una mujer feliz
y mucho menos un nivel económico estable entonces ¿De qué servía mi persona?
No obstante, seguía de pie, sin sentido, ¿Por qué? ¿Para
qué? ¿Para calmar mis ahogadas entrañas en llamas?
Necia, terca… Por necio, terco. No quería hacerla sufrir
más, no soportaría volverla a ver enfurecida, maldiciendo mi nacimiento…
Si bien era bondadosa, alegre y divertida, era también
bipolar.
En una buena racha lo único que buscaba era un pequeño y
minúsculo error insignificante para adoptarlo, alimentarlo, fortalecerlo y
ayudarlo a crecer para convertirlo en un monstruo devorador de cerebros y de
ilusiones.
Y al caso contrario, en una mala racha, exigiendo una perfección
inmediata, buscaba un pequeño y minúsculo paso derecho para adoptarlo,
alimentarlo, fortalecerlo y ayudarlo a crecer solo para tener de excusa de que
creía que la perfección ya estaba alcanzada, aunque ese paso derecho haya sido
arrebatado de la buena racha quitándola de la única base que tenía yo para
saber que sí podía hacerlo mejor.
Sin mirar atrás, desatándome del pasado, continuaba mi
camino, y empecé por actuar para mí mismo, sin importar opiniones ajenas, sin
importar el destino, fue entonces cuando aquella mujer se dio cuenta de que
debía darme rienda suelta en mis asuntos sin quitar esa exigencia a mi
desempeño divino o esos ataques de ira a mi desempeño infernal.
Ahora tenía que conseguir de algún modo, de algún lugar,
dieciocho mil pesos, una suma exageradamente enorme, yo, un muchacho de diecisiete
años ¿Cómo lograría juntar ese dinero en menos de doce días?
Y pensé en miles de cosas, en prostituirme, en vender mi
cuerpo como esclavo temporal sexual. En
vender una buena parte de mis pertenencias, vendería prácticamente todo, menos
mis libros. Vendería mucha ropa, algunos muebles, mi colchón, mi grabadora, mi cuerpo, mi cabello…
Ofrecería servicios, demás de los sexuales (Dejé claro que
para mi no hay ningún problema, mientras siga siendo esa esencia de mujer
indispensable), como regar jardines, limpiar casas, cuidar niños –ése sería un
problema- O cualquier otro que me pidan.
De no haber encontrado una solución, me encuentro en este
momento sin vida, acostado con una sonrisa en mi cama, sabiendo que acabó el
sufrimiento y ésta bendición de vivir maldita por el hecho de que soy un ser
humano.
Hoy he muerto, dieciocho de mayo del año dos mil doce,
debido a que no era factible el hecho de que cargaba mi cuerpo con mi
existencia, convirtiéndome en un joven que solo servía para hacer amigos y
hacer maldades.
Dejo aquí mi aborrecible materia humana, para embarcarme en un
viaje, otro, éste sin espinas, sin hielo en el cual resbalar fácilmente, sin un
fin y sin un principio. Dejo este mundo para quitarme de sus vidas, lo cual no
es un acto egoísta, si no todo lo contrario.
Todo este embrollo por darme cuenta que no alcanzaría tal
suma de dinero en doce días. Y me di cuenta de eso no por abrir los ojos, pues
ya los tenía bien abiertos, si no porque nunca fui el hombre que aquella mujer
quiso que fuera.
Siendo yo la misma causa de ésta carta, siendo mi madre la
gota que rebalsó el vaso.
Dejo todo a mi compañera Martina, para que lo done a
orfanatos, incluyendo mis preciados libros, y le hecho de que la amaba y que
nunca dejé de amarla, desde el día en que me di cuenta que era imposible… Los
poemas están en la repisa de éste dormitorio.
Ojalá no nos veamos dentro de un tiempo en la otra vida, ojalá
ustedes si alcancen la divinidad del paraíso en el cielo, donde pertenecen, en
especial mi madre que sufrió tanto por mi causa.
La única lección que podría darles, sería que no hagan lo
mismo que yo, no sean como yo, no vivan como yo lo hice, y si no lo logran, no
se rindan como yo lo hice, si lo hacen, no se quiten la vida como yo lo hice, y
si lo hacen, les tendré un lugar apartado en el Infierno para compartir las
anécdotas de nuestras desdichas y dolores, como fue nuestra desdicha estar allá
arriba desde un principio.
Hasta pronto.
Con amor, respeto y admiración.
Manuel González Robles, amigo y servidor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario